Blogs a visitar!

Hola a todos los fans de En Busca de la Luz. Hago este pequeño inciso para promocionar dos grandes blogs.

El primero de uno de los mejores fics de continuacion de Crepusculo que he leido: Ángel Vampirico. ¿Puede la entrada de un nuevo personaje en la vida de Edward cambiar todo lo que siente por Bella?. Magnico. Para visitar: www.angelvampirico.blogspot.com

El segundo, el de mi fan nº1, que siempre me incita a escribir sin descanso, y gracias a la cual no pierdo los animos de hacerlo. Ella es yocecullen, si, la que me dio el premio. ¡Muchas gracias! Tiene dos grandes blogs, el primero www.yocecullen15.blogspot.com Gran fic de Crepusculo, animense ahora esta en lo mejor! El segundo es su propia historia, y todos sabemos cuanto cuenta eso www.cambiodevida-15.blogspot.com

Todos sabemos lo que cuesta llevar adelante un blog, asi que ¡venga! A visitar blogs!

domingo, 21 de marzo de 2010

Arrasada

A la mañana siguiente, cuando los rayos de Sol comenzaban a surgir por el horizonte, los dos hermanos decidieron partir de la posada de Nagtish. Amarae estaba sentada en el mismo lugar que ayer por la noche, tejiendo. Su hija, probablemente, seguiría durmiendo. Cuando la anciana mujer vio a los dos hermanos despedirse de su hijo, el posadero, se levantó no sin esfuerzo de aquella vieja silla de madera donde se dedicaba a tejer impresionantes tapices.

-Chicos.- dijo en apenas un susurro.

-Amarae.- Lismael se aproximó con rapidez a la anciana para servirle de apoyo pues parecía tan frágil como el cristal.

La anciana se abrazó al mayor de los hermanos, como si intentara trasmitirle algún tipo de fuerza. Sin que su hijo lo notara, Amarae acercó sus agrietados labios al oído de Lismael.

-Dadle saludos a Melye.- susurró mostrando una gran sonrisa. –Decidle que su sabiduría todavía no me ha abandonado.-

Lismael se despegó de la mujer y la miró a los ojos. Los tenía cubiertos de lágrimas.

-Señora, Amarae, ¿De qué me habla? No…, no conozco a ninguna Melye. Será mejor que descanse un poco, intenté dormir…-

-Chico, sé que piensas que estoy loca, pero te aviso: Muchos son los peligros que encontrareis en el camino, no creáis que estáis a salvo. Cuando la encontréis, dile lo que te he dicho. No lo olvides por favor-

Lismael estaba asustado, pero aun así asintió. Si lo único que quería Amare es que saludase a una vieja amiga no tenía porque no hacerlo.

Partieron sin más preámbulo dirección norte. Para llegar hasta Argynte iban a necesitar muchas semanas, si se demoraban puede incluso que tardasen varios meses. Por eso habían decidido intentar avanzar lo máximo posible durante el día, sin parar ni un solo instante, solo para comer. Por la noche descansarían en el pueblo más cercano.

Cuando el Sol comenzaba a ocultarse por la línea del horizonte del décimo día de camino desde que partieron de Nagtish los hermanos divisaron unas grandes murallas color arena. Por fin, tras diez días sin apenas dormir estaban en presencia de uno de sus principales objetivos, la ciudad de Julygka. La ciudad de Julygka se encontraba al sureste de la comarca. Asentada en un gran valle tenía unas vistas prodigiosas. Se consideraba que era la segunda ciudad más importante de todo Rhiand, solo la adelantaba Argynte. Julygka estaba provista de unas gruesas murallas que habían evitado cualquier ataque en tiempos pasados, donde las guerras eran comunes. Ahora, además de seguir siendo un gran método de defensa, las murallas representaban el esplendor y el orgullo de todos los julygkianos. Cuatro grandes torres, situadas en los cuatro puntos cardinales, repletas de arqueros vigilaban las entradas y salidas a la ciudad. Y es que Julygka era una ciudad donde la mayoría de sus habitantes practicaban el comercio. De telas, de animales, de joyas incluso. Todos los comerciantes que se preciaran tenían que visitar aquella enorme metrópoli.

Los hermanos habían pensado quedarse allí un par de días, intentarían conseguir algo de dinero realizando pequeños trabajos y luego partirían hacía el norte. Siguieron el camino de piedras que llevaba hasta la ciudad. Dos grandes y armados guardias vigilaban esa y todas las entradas a la ciudad.

-Control de visitantes.-dijo uno de los dos guardias con su voz grave.

Sin esperar contestación de los dos hermanos el otro guardia les quitó las maletas y comenzó a hurgar en ellas. El otro que miraba a los hermanos con desconfianza comenzó a hacerles algunas preguntas.

-Vosotros no sois de aquí, ¿verdad?-

-No.-contestó cabizbajo Lismael

-¿Motivo de la visita?-

-Creo que como todo el mundo que viene aquí, intentar ganar algún dinero gracias a la compra y venta de objetos.- contestó Hiyu.

Por algún motivo el guardia que portaba un gran bigote oscuro que le tapaba la mayor parte de su rostro no terminaba de creer a los hermanos, iba a continuar preguntando pero su compañero, de cabellos rubios y ojos almendrados, terminó la inspección.

-Aquí no hay nada, Alksiruj, solo unos trozos de verdura, pan, un saquito con monedas, ropas, etc. Nada importante.-

-Está bien.-contestó el guardia llamado Alksiruj. –Qué su estancia en Julygka sea agradable.- contestó intentando forzar una sonrisa.

-Muy amable señor.- contestó Hiyu con una sonrisa picarona.

Cuando el guardia perdió de vista a los dos hermanos entre las calles de la ciudad se volvió a su compañero.

-Esos chicos no son de fiar.-

-No digas tonterías Alksiruj, solo son dos pobres campesinos.-

-Hazme caso amigo cuando te digo que noto en ellos algo especial. Solo traerán problemas.-

Su compañero suspiró al parecer acostumbrado a la falta de hospitalidad de Alksiruj.

Aunque la noche ya empezaba a cubrir su oscuro manto sobre el cielo, la ciudad rebosaba de actividad. Las entramadas calles de Julygka estaban rodeadas de comercios. Los vendedores gritaban para intentar atraer a clientes mostrando sus mejores productos. Las mujeres regateaban a los comerciantes como expertas, algunos hombres las acompañaban, otros se iban a las tabernas. Tras esquivar a un grupo de comerciantes de carne y verduras los hermanos llegaron al centro de una gran plaza. En el centro de ella un hombre que portaba una antorcha y que vestía con pintorescos ropajes contaba emocionantes historias de aventuras que había aprendido en sus largos viajes a un nutrido grupo de niños y ancianos que le rodeaban, sentados a su alrededor, con los ojos tan abiertos que parecía que se les iban a salir de sus orbitas. Aunque Hiyu quería quedarse a escuchar las historias de aquel hombre, tenía que admitir que tanto él como su hermano estaban sedientos y hambrientos. Así pues tras un suave golpe en el hombro que le propinó Lismael, Hiyu volvió a la realidad.

-Mira Hiyu, eso de ahí parece una taberna. Entremos.-

Los hermanos entraron en un local que se encontraba en el fondo oeste de la plaza.
Los suelos eran de piedra y las paredes de madera. Mugrientas mesas se disponían sin ningún orden aparente. Prefirieron sentarse en los taburetes situados enfrente de la barra, aunque su penoso estado dejaba también mucho que desear. El posadero, un hombre prácticamente calvo, con cara redonda y que sufría obesidad se acercó a los chicos con una sonrisa en la boca.

-Denos dos jarras de parfag.- dijo Lismael.

El hombre se fue hasta el otro lado de la barra donde cogió dos grandes jarras y las llenó de un líquido rojo y espumeante. Las lanzó desde su posición, a través de toda la barra. Por suerte los hermanos estuvieron atentos y consiguieron cogerlas antes de que cayeran por el borde de la barra, que no se encontraba demasiado lejos de donde ellos estaban sentados. Los hermanos bebieron un largo trago de aquella bebida llamada parfag y sintieron como el calor de esta les invadía el cuerpo. Sin quererlo sus miradas se posaron en un rincón de la taberna. Un hombre con andrajosas ropas, pelo largo y negro y barba descuidada parecía estar contando a un grupo de personas, incluidas el tabernero, algún tipo de pesadilla, pues su cara no mostraba el menor atisbo de felicidad. Lismael e Hiyu movidos por la curiosidad se acercaron al grupo de personas para intentar oír mejor lo que decían.

-Arrasada. Está totalmente arrasada.- murmuraba el hombre que parecía mirar de un lado a otro, buscando posibles enemigos.

-Pero… ¿cómo es posible?- preguntó uno de los hombres que escuchaban la historia, estaba pálido como la nieve y apenas podía articular palabra.

-No lo sé, y ¿sabes qué? Tampoco quiero averiguarlo. No había visto tanta destrucción en mi vida. –

Lismael se acercó más, hasta parecer uno de todos esos hombres que escuchaban la historia asustados.

-Perdonen caballeros, no he podido evitar oírlos, ¿qué ha pasado?- preguntó mirando al grupito de hombres, aunque su mirada se clavaba en la de aquel hombre tan extraño.

-Kairth está arrasada muchacho.- dijo el hombre que clavo su mirada ambarina en los ojos castaños de Lismael.

El hermano apenas pudo mantenerse en pie, notaba como le faltaba el aire, su corazón latía a toda velocidad y un sudor frío comenzó a recorrer su frente. Se trataba de Kairth, su pueblo, el pueblo donde habían vivido hasta hacía casi dos semanas.

-¿Qué… qué… ha pasado?- consiguió articular

-No tengo ni idea muchacho. Yo soy comerciante y todos los años por estas fechas visitó el pueblo para vender mis telas. Solían ser buenos compradores.-

En ese instante Lismael reconoció a aquel hombre. Decía la verdad, todos los años visitaba el pueblo, y como era uno de los pocos comerciantes de telas que visitaban el pueblo casi todo el mundo le compraba a él. Es más, si Lismael no recordaba mal, aquella camisa que llevaba puesta la había tejido a partir de tela de ese hombre.

-Llegue al pueblo en mi carro hará unos cuantos días. Al principio me extraño que no hubiese nadie en los campos trabajando, pero pensé que quizás este no fuese un buen año de cosechas. Sin embargo vi desde lejos una densa humareda negra que procedía directamente del centro del pueblo. Cuando me acerqué lo suficiente como para ver las casas me quede paralizado de terror. Ni una casa se sostenía en pie, todas estaban derruidas, quemadas, todas estaban hechas cenizas. Me adentré un poco más en aquel pueblo fantasma, y no tardé demasiado en ver el famoso río Feral. Pero sus aguas, que como ya sabréis son tan cristalinas que puedes ver reflejado tu rostro, ahora eran rojas. Metí la mano con temor en el río, y mis sospechas se vieron confirmadas, era sangre. El río Feral estaba lleno de sangre roja, oscura. Saqué la mano con rapidez y me la limpié en los hierbajos más cercanos. A pesar de mi temor continué andando, hasta que llegué al centro del pueblo, a la famosa plaza central de Kairth. Era allí de donde venía esa densa humareda negra de las que les hablé antes. Provenía de…-el hombre hizo una parada para tomar un trago de su bebida. –de cuerpos.–

-¿Cuerpos?-preguntó Lismael con terror.

-Si muchacho, cuerpos. Cientos de cadáveres, todos los habitantes de Kairth estaban muertos apilados unos encima de otros, formando una gran pirámide. En lo más alto de la punta pude divisar al consejo de ancianos del pueblo, presidido por el que si no recuerdo mal era el jefe, un hombre de pelo largo y blanco con una nariz prominente. De su pecho salía una larga vara de madera que le atravesaba, de forma que parecía estar coronando la pirámide. Los cuerpos que se encontraban en la base estaban ardiendo y supongo que las llamas no tardarían demasiado en llegar hasta lo más alto.- volvió a beber de su jarra. –Todavía recuerdo aquel fétido olor de los cuerpos quemados. Era horrible. Después de ver aquello salí corriendo con mi carro de allí y no he parada ni un solo segundo hasta no entrar en esta hermosa ciudad.- El hombre parecía agradecer el sabor del líquido de su jarra.

-¿Pero estáis seguro de lo que decís? Nadie puede matar a un pueblo entero, así porque sí.- dijo uno de los caballeros que habían escuchado la historia.

-Si quieres ve y compruébalo. –el hombre que había formulado la pregunta no contestó, simplemente bajó la cabeza. -Créeme cuando te digo que todo es verdad. Kairth está arrasada, arrasada. –

jueves, 18 de marzo de 2010

Camino

-¿Qué pasó?- Hiyu miró a su hermano con cara de no entender lo que le decía. –No me mires con esa cara Hiyu, sé que cuando te deje a solas con aquel ángel, en lo que antes era tu habitación, pasó algo. Quiero que me lo cuentes.-

La habitación de la posada era bastante austera, dos camas de paja, separadas por una pequeña mesita con una vela, un armario de madera que tenía un cajón que no cerraba y un par de telarañas que adornaban, con sus resistentes hilos, las esquinas de aquel dormitorio.

Los dos hermanos estaban sentados en las camas, mirándose fijamente a los ojos. Lismael movía sin cesar sus piernas, impaciente porque su hermano comenzara el relato. Hiyu tragó saliva y se miró sus manos temblorosas antes de empezar a hablar.

-Está bien, mereces una explicación. Cuando nos dejaste solos, levanté el mentón del ángel, solo quería comprobar si se encontraba bien y cuál era el alcance de sus heridas. En ese momento el ángel, que cómo ya sabes estaba inconsciente, se despertó. Giraba la cabeza de un lado a otro intentando descubrir donde estaba, intente calmarla diciéndole que era un amigo, que no le haría daño y fue entonces cuando me habló. Pronunció mi nombre entre susurros, con la voz entrecortada, yo, asustado camine me alejé un poco de ella. Nos agradeció el haberla rescatado, yo intente tranquilizarla, hacerle entender que no le pasaría nada malo, pero ella me dijo que no tenía tiempo, creo que intuía lo que le iba a pasar. Entonces, una gota de sangre cayó de uno de sus ojos justo a la palma de mi mano. En ese momento comencé a ver parajes donde nunca había estado nadie. Prados verdes, sin ningún tipo de insecto, un sol brillante que resplandecía en un cielo azul sin una sola nube. Las imágenes se iban sucediendo, como si me indicasen un camino, árboles inmensos, rocas con extrañas formas, hasta llegar a una enorme fortaleza. Era negra como el más puro carbón, tenía cuatro altos torreones donde se situaban cientos de arqueros que vigilaban aquella fortificación. Recuerdo también que había muy pocas ventanas, y una gran puerta cuya altura superaba la de varios pisos. Cuando las imágenes se acabaron el ángel buscó con su delicada mano entre los encajes del vestido. Rebuscaba en cada costura en busca de algo hasta que lo encontró. Una llave, una pequeña llave de lo que parece que es hierro. Buscó mi mano y me la entregó. “Abriréis con esta llave la puerta de la libertad pero también la cerrareis. Combatid la tiranía pues vosotros sois la luz del universo. Tened cuidado.” Justo en ese momento entraron los ancianos del pueblo, me sacaron de la casa, y bueno… ya sabes el resto.-

Hiyu sacó del bolsillo de su pantalón un pequeño objeto que lanzó a su hermano, el cual atrapó con presteza. En efecto, se trataba de una pequeña llave de hierro, oxidada. Dos grandes alas salían de su empuñadura. Lismael la contempló con curiosidad, era una llave muy elaborada, sí, pero nada más, no parecía tener nada sobrenatural.

-De acuerdo…-contestó Lismael todavía dando vueltas a la llave intentando descubrir su secreto. -¿Y que se supone que quieres hacer?-

-Quiero ayudar al ángel.- dijo en tono serio Hiyu.

Lismael dejó la llave y contempló la penetrante mirada de su hermano pequeño.

-¿En qué consiste esa ayuda exactamente?-

-No lo sé con exactitud. Había pensado en que podíamos ir hasta Argynte, atravesar la gran cordillera y adentrarnos en las tierras desconocidas. Buscamos la fortaleza, descubrimos que abre esa llave, ayudamos al ángel y listo.-

El rostro de Lismael se descompuso, era una mezcla entre el pánico y la risa histérica.

-¿Pero tú te estás oyendo? Quieres que sigamos unas imágenes que has visto cuando una gota de sangre de un ángel te cayó en la mano. Que entremos en una fortaleza en la cual hay según tus palabras: cientos de arqueros y busquemos algún tipo de cofre o baúl que abra esta llave para así ayudar a un ángel que no te ha dado ninguna indicación. ¿Es eso?- Hiyu iba a responderle, pero Lismael continuo. –Sin mencionar claro está, a los Geiajs, que por si los has olvidado, hace unos minutos una mujer nos ha contado que son las criaturas más mortíferas del mundo, capaces de matar a un ángel sin sentir remordimiento alguno.-

-Tranquilízate Lismael. Claro que no olvido a los Geiajs, al igual que no olvido que nos han echado de casa, no, es más, han quemado la casa que padre y madre construyeron con tanto esfuerzo. No tenemos familia, no tenemos apenas dinero. No tenemos sitio al que ir. Tenemos gran parte de culpa en que una de las criaturas más bellas que hemos visto y que veremos, haya muerto calcinada por el fuego de nuestros vecinos. Solo nos ha pedido ayuda, ¿es que acaso vas a negársela?-

Lismael reflexionó las palabras de Hiyu, estaba claro que el ángel podía seguir vivo si no lo hubiesen llevado a su casa. Además, era cierto que no tenían nada a lo que aferrarse, no eran buenos militares ni sabían ningún oficio. Su padre apenas le enseñó a cultivar vegetales.

-Está bien. Iremos hasta Argynte, pero si algo nos pasa por el camino nos detendremos allí, ¿está claro? Aunque no tengamos nada, hay algo que no quiero perder, y es a ti. Hiyu, prométeme que si nos pasa algo nos quedaremos en Argynte.-

Hiyu agachó la cabeza y suspiró.

-Te lo prometo hermano.- sabía perfectamente que sucederían muchas cosas.

-Gracias. Y ahora será mejor que durmamos, es un largo viaje.- dijo Lismael mientras se desvestía y se recostaba en la cama. –Aunque todavía hay algo que no entiendo.- dijo ya con los ojos entrecerrados

-¿De qué se trata?- dijo Hiyu que también estaba a punto de quedarse completamente dormido.

-La frase que te dijo el ángel cuando te dio la llave. Hay una parte que no la comprendo: Combatid la tiranía pues vosotros sois la luz del universo. ¿Qué significa eso de que somos la luz del universo?-

-No lo sé. Son cosas de ángeles, nada importante, supongo.-

-Si tú lo dices.-

lunes, 8 de marzo de 2010

Leyendas

-Perdonen la molestia señoras.-

Las do mujeres que se encontraban alrededor de la chimenea se volvieron hacía los hermanos. Una de ellas tenía el pelo blanco como la nieve, suelto y largo le cubría casi toda la espalda. Sus pequeños ojillos grises denotaban cansancio y vejez pero a su vez una gran sabiduría. Su rostro surcado de arrugas hizo que los hermanos situaran su edad sobre setenta u ochenta años. Vestía con un largo traje negro de encajes y estaba tapada con una vieja manta morada. La otra mujer de pelo chocolate se parecía increíblemente al posadero. Tenía la misma nariz puntiaguda, la misma pronunciada frente, que intentaba disimular con un gran flequillo recto, el mismo mentón puntiagudo, definitivamente eran hermanos. Además ella había heredado de su madre unos ojos grises muy pequeños. Sus labios rosa sonrieron. Las mujeres miraban expectantes a Hiyu y Lismael sin embargo sus manos no dejaban de tejer lo que tenían en las manos.

-No es molestia joven.- dijo con la voz entrecortada la anciana. –Me llamo Amarae y esta es mi hija Ladha. ¿En que puede ayudaros una pobre anciana y su hija?-

-Quería preguntarles acerca de esos tapices tan hermosamente tejidos, el posadero me ha indicado que son ustedes las que los hacen.-

Las mujeres sonrieron felices de que alguien apreciara su trabajo tan costosamente realizado.

-¿Y qué te gustaría saber exactamente?-

-Querría saber que son esas criaturas que tejéis, nunca antes las había visto.-

-Por supuesto, rara vez son vistos por humanos. Pero si queréis conocer la historia de estas criaturas será mejor que os sentéis y os pongáis cómodos- sugirió Amarae

Los chicos obedecieron a la mujer y se sentaron cerca de ellas.

-El primer tapiz que mi madre y yo realizamos fue ese de allí- señaló un viejo tapiz situado en la pared que se encontraba a la izquierda de ellos.

El tapiz mostraba un bosque, a ras del suelo, los troncos de los arboles eran prácticamente blancos y el suelo estaba cubierto completamente de hermosas flores de colores. Con los brazos en jarras una pequeña criatura, que por el dibujo no debía de medir más de treinta centímetros, sonreía felizmente dejando entrever unos dientes perfectos, color perla. Era un pequeño ser delgado, con largos brazos que casi rozaban el suelo y piel aceitunada. Su cara puntiaguda y delgada, al igual que su nariz, contrastaba con la redondez de sus orejas. Tenía dos pequeñas cejas perfectamente perfiladas que enmarcaban unos profundos ojos oscuros, todo pupila. Vestía con un curioso atuendo, llevaba un gorro holgado y redondo bastante grande de color rojo el cual impedía que se le viese el pelo, vestía también con una camisa blanca de botones y un chaleco del mismo rojo que el gorro. El pantalón que poseía era de color beige, ancho y grande, una tela verde, envolvía toda su cintura a modo de cinturón. Por último a modo de zapatos dos grandes botas negras con hebillas doradas les llegaban hasta las rodillas.

-Son los rixons.- dijo con voz tranquila la anciana madre.

-¿Rixons? ¿Qué son?- preguntó Lismael sin apartar la mirada del tapiz como si tratara de descubrir algún secreto entretejido.

-Son lo que ves. Pequeñas criaturas de los bosques. Cuenta la leyenda que estas criaturas son los hijos del viento, su bajo peso y sus largos brazos les permite desplazarse varias hectáreas dejándose llevar por el aire. Pero sin duda lo más sorprendente es que pueden convertir las flores en piedras preciosas.-

-¿Qué? ¿Cómo?-preguntó Lismael intrigado

-Son solo leyendas, pero afirman que los rixons, excelentes mineros por cierto, son capaces de transformar una flor o cualquier planta en piedras preciosas, esmeraldas, rubís, zafiros, diamantes, etc.-

-Impresionante.- dijo Hiyu absorto en la sonrisa de aquel personajillo tan gracioso. -¿Y que son esas criaturas de allí?- señaló con el dedo a un gran tapiz que estaba justo en la pared contraria.

-Las Biadjeskas- respondió Amarae

El gran tapiz destacaba por la oscuridad y los grandes tonos rojizos de la tela. El dibujo mostraba a unas mujeres de piel blanca, pelo rojizo y ondulado y ojos oscuros. Se encontraban todas ellas en una cama semi-desnudas rodeando a un hombre con los ojos cerrados que parecía muy feliz por la gran sonrisa que surcaba su rostro. Sin embargo una de las mujeres, la que probablemente estaba más cerca de él tenía en su mano derecha un pequeño cuchillo de plata el cual parecía acercarse al hombre.

-¿Qué son esas bellas mujeres?- preguntó Lismael. –Son mujeres de belleza extraordinaria.-

-¡Ah! Amigo, no caigas en la tentación de las biadjeskas o tu final estará más cerca de lo que esperas.- dijo Ladha frunciendo el entrecejo. –Las biadjeskas son criaturas, o mejor dicho espíritus de mujeres, conocidas como espíritus de la tentación. Su objetivo es tentar a los humanos para que yazcan con ellas en la cama para luego asesinarlos y alimentarse de su alma.- hizo una pausa al ver como los dos hermanos miraban con temor el cuadro y al pobre hombre. –Siempre que muere una mujer cuya maldad le corroe el alma se transforma en una biadjeska.-

-¿Quieres decir que esas mujeres ya están muertas? ¿Pero como es posible?- los ojos de Hiyu mostraban un miedo que nunca antes había experimentado, el miedo a lo desconocido.

-Chico, esas cosas se escapan de nuestro entendimiento, algunas leyendas afirman que esas mujeres hicieron un pacto con los dioses para seguir viviendo, pero ¿Cómo podrían nuestros dioses permitir que esas mujeres vivan a costa de la vida de nuestros hombres? Sinceramente no sabemos con seguridad el origen de las biadjeskas.-

Lismael e Hiyu se miraron, no podían entender como esas criaturas podían existir, nunca antes habían oído hablar de ellas, pero también es cierto que su pequeño pueblo apenas recibía noticias del exterior y ya nadie se acordaba de él.

-Sin embargo, -comenzó a decir Amarae – no son inmortales. El hecho de que estén “muertas” no supone que no puedan volver al mundo de los difuntos por segunda vez. Si un hombre es lo suficientemente fuerte como para no caer en la tentación puede matarla si le clava un cuchillo en el corazón. Y digo hombre, chico, porque nunca se muestran a mujeres, ellas no caen en su tentación y pueden matarlas con mucha más facilidad. Por eso os advierto, si alguna vez veis a una de ellas, no le hagáis caso, ignorarla o asesinadla.-

Hiyu tragó saliva. No podía creer lo que le contaban aquellas mujeres, esas criaturas no existían, pero algo en su interior le decía que tenía que fiarse de aquellas mujeres, sobretodo de Amarae.

-Sin embargo aquellas mujeres parecen más inofensivas, y de igual belleza.- señalo Lismael apuntando a otro tapiz.

-Son las Uasayes.- contestó Ladha.

El tapiz mostraba una cueva que daba a un gran mar. En la orilla que formaba la cueva con la tierra unas cuantas mujeres de largos cabellos rubios y profundos ojos azules danzaban con alegría. Eran altas, delgadas, con gruesos labios rosas y pequeñas orejas puntiagudas. Vestían con largos trajes blancos e iban descalzas.

-Son las guardianas de las aguas y de todas las criaturas que allí viven. Dicen que se alimentan de algas y otras plantas acuáticas y son excelentes magas. Son risueñas y alegres entre ellas pero hostiles con los humanos. Cuenta una leyenda muy famosa que una vez al año hacen un ritual mágico que las convierte en delfines rosados y así recorren el mundo del cual ellas son guardianas.-

-Vaya.- Hiyu no pudo evitar quedarse absorto ante aquellas mujeres cuya belleza superaba la de cualquier persona que hubiesen visto antes. –Ojala pudiese verlas algún día…-

-Espero por tu propio bien que no muchacho. –le interrumpió Ladha que continuo su relato. – Y es que aunque las Uasayes no son malas ni hacen daño a nada ni a nadie que un humano las vea significa un presagio de muerte.-

-Las personas que han visto a las Uasayes no han vivido más de un par de semanas.- añadió Amarae.

Los hermanos apartaron rápidamente su vista del tapiz e Hiyu trato de olvidar aquellos bellos rostros esperando no volver a verlos nunca más.

-Esas personas encapuchadas de ahí no parecen tener muy buenas intenciones- afirmó Lismael señalando a un pequeño tapiz, situado en una de las esquinas de la habitación apenas alumbrada.

-A esas cosas no se les puede considerar personas- Amarae escupía las palabras, estaba claro que esas “cosas” no podían ser nada bueno.

-¿Qué son?- preguntó con voz temblorosa el pequeño de los hermanos.

-Son Geiajs. Criaturas maléficas. Cuenta la leyenda que cuando las personas que fallecen lo hacen por una muerte repentina, han sido asesinados y no son capaces de perdonar por ejemplo, o han cometido horrendos crímenes en vida, su alma llena de venganza, odio y maldad y no descansa en paz. Es entonces cuando se transforman en Geiajs.-

-¿Entonces esas criaturas son espíritus de personas ya muertas?- preguntó Lismael.

-No exactamente. Aunque siempre van con esas largas capas nunca nadie ha visto su rostro, pero si se puede afirmar que esas personas son capaces de coger y sujetar objetos, e incluso de matar personas. Son seres que se encuentran entre dos mundos, el de los vivos y el de los muertos, y solo están sedientos de sangre y venganza. No comen, ni beben, ni siquiera duermen, por eso son los soldados ideales, trabajan para aquellos que les ofrecen a las personas que han acabado con sus vidas o en el caso de los asesinos, aquellos que les ofrecen el poder de seguir asesinando.-

-¿Acaso no pueden morir de nuevo?- Hiyu se levantó para acercarse al tapiz.

-Hijo mío, eso tanto yo como mi madre lo desconocemos. Nunca nadie ha sido capaz de derrotarlos y todos los que lo han intentado han acabado en el cementerio local. Si alguna vez tenéis la desgracia de encontraros con uno de ellos solo os doy un consejo: corred.-

Hiyu observó el tapiz con detenimiento. Se trataba de una callejuela sin salida en una noche cerrada, sin estrellas. Un grupo de lo que parecían personas vestían con unas largas capas oscuras que llegaban hasta el suelo, su rostro estaba cubierto por capuchas. Rodeaban a un pobre hombre que parecía gritar a los cielos pidiendo ayuda. Hiyu tuvo la impresión de que ese hombre no recibiría ayuda alguna.

-¿Serían estas cosas capaz de dañar a otras criaturas?- preguntó Hiyu todavía absorto en el rostro desencajado del pobre hombre.

-Por supuesto que sí- contestó Ladha –De hecho, el último tapiz muestra a las criaturas que más desean dañar con todo su ser.-

Hiyu se volvió, detrás de las mujeres y de su hermano se encontraba un gran tapiz. El que había llamado su atención desde que entraron en aquella posada. Hiyu avanzó hacía él.

-Los ángeles…-susurró el hermano.

-Exactamente, los ángeles. Criaturas enviadas de los dioses cuya misión es proteger a todas las criaturas que viven en la tierra. Son criaturas perfectas, no pueden odiar a nadie y son capaces de perdonar hasta a los Geiajs que representan todo lo contrario a ellos. Solo muy pocas criaturas han tenido oportunidad de verlos, dicen que cuando estas ante un ángel crees estar ante la bondad en persona, dicen que emana una luz de ellos que es imposible de controlar.-

Hiyu pensó en lo sucedido por la mañana, Ladha tenía razón en todo lo que contaba, aunque esa luz de la que hablaba parecía haberse extinguido, lo cual no le extrañaba nada al hermano al recordar el estado en el que había hallado a aquel ángel.

El tapiz mostraba a diez seres alados, diez ángeles, cinco mujeres y cinco hombres de belleza impresionante, que situados en lo que parecía una gran fortaleza blanca situada en el cielo contemplaban la comarca que bajo ellos se encontraban. Los ángeles ataviados todos con largas túnicas blancas parecían hablar animadamente en una de las grandes torres de la fortaleza. Estaban ante una gran alfombra, sentados en parejas. Hiyu intentó descubrir el rostro del ángel que habían rescatado en una de aquellas mujeres, pero fue en vano. Solo había una que se le parecía, pero sin duda no era ella. La delicadeza de sus gestos, los complejos peinados trenzados y la dulzura de sus rostros denotaban firmemente que eran las criaturas más perfectas de la tierra.

-¿Qué más sabéis de los ángeles?- preguntó Lismael con interés.

-Poco más muchacho, cuenta una vieja leyenda que fueron diez los ángeles creados inicialmente, y así es como los hemos representado mi hija y yo. Dicen que fueron creados en parejas para que la especie de los ángeles nunca se extinguiera. Y también dicen que hay un ángel que gobierna sobre los demás, pero como desconocemos cuál era su sexo o cualquier otro dato nos limitamos a no dibujar a ningún ángel con algún tipo de distinción especial.-

-Si alguien dañara a un ángel…- comenzó Hiyu

-Las únicas criaturas que tienen la maldad y la fuerza suficiente para atacar a los ángeles son los Geiajs.- interrumpió Amarae

-¿Y por qué podrían hacerlo?.-

-Por infinidad de motivos muchacho. Porque su jefe se lo ha ordenado, porque odian todo lo que ellos representan, puede haber muchos motivos.-

Hiyu se volvió hacia el tapiz de los Geiajs y volvió a ver el rostro del pobre hombre acorralado por aquellas criaturas. Se imaginó al pobre ángel allí atrapado mientras esas “cosas” le arrancaban los ojos. Un escalofrió recorrió su débil cuerpo. Esto no iba a ser tan fácil como él había pensado.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Siento el retraso

Perdonad a todos este retraso al subir el segundo capitulo de En Busca de la Luz, pero los examenes y la visita inesperada de un familiar han imposibilitado que continuara escribiendo. No obstante, ya estoy en ello he intentare que el capitulo se suba lo antes posible. Gracias por la espera! Y que la luz os guie.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Cenizas

El olor a madera carbonizada todavía inundaba el pequeño pueblo de Kairth, donde dos jóvenes hermanos acababan de perder su casa. El grupo de ancianos responsables de la quema todavía continuaban allí, aguantando a los dos chicos furiosos como podían, que gritaban e imploraban por su casa.

-¡¿Por qué habéis hecho esto?!-preguntó entre gritos el mayor de los hermanos.

-¿Qué os hemos hecho nosotros?- gritó el más joven a los ancianos.

El anciano que sostenía al joven parecía que iba a estallar de ira, aunque se veía un atisbo de miedo en sus ojos algo hundidos en su frente. Tenía el pelo blanco y largo hasta los hombros, con una nariz prominente y la espalda encorvada, había sido el primero en prender fuego a la casa.

-¿Cómo se os ha ocurrido traerla hasta aquí? ¿Estáis locos?-

-¿Por qué? Estaba herida.-

-Por eso mismo imbéciles, habéis traído hasta nuestro humilde pueblo un ángel, esas criaturas son intocables, y la habéis traído sin ojos, obviamente vosotros no habéis hecho tal atrocidad, lo ha tenido que hacer alguien muy poderoso y volverá aquí para terminar el trabajo que empezó. Por eso la hemos matado, para que cuando llegue su asesino ya la encuentre muerta y no nos haga daño a nosotros por haberla protegido.-

Una mujer de pelo largo y gris, bastante enredado y recogido en un moño salió de la multitud para dejarse ver.

-Y ahora queremos que os vayáis, ya no tenéis nada que hacer en este pueblo, no tenéis familia, ni tampoco casa, nos habéis puesto a todos en peligro, coged vuestras cosas y no volváis jamás.-

Los hombres que retenían a los dos chicos los soltaron, estos entraron en lo que quedaba de su casa. Muros carbonizados y libros de su padre hechos cenizas. Apenas había nada que podían salvar y si tenían que marcharse de allí tampoco podían guardar demasiadas cosas. Cogieron todas las monedas que encontraron, verduras del huerto que no había sufrido demasiados daños en comparación con la casa y un poco de ropa. Lo metieron todo en una bolsa de tela que agarraron a su espalda y dejando atrás aquella casa que muchos años atrás habían construido sus padres.

El pueblo de Kairth era uno de los más pequeños de toda la comarca de Rhiand. Estaba formaba por una península en forma de triángulo invertido. La base de la península era lo único que no estaba bañado por el gran mar Sithus, sin embargo el pueblo de los hermanos era un pueblo interior, sin salida al mar, en realidad, había pocos pueblos que tuviesen costa alguna. Kairth situada en la parte sudeste de la comarca se asentaba sobre el valle que formaba el río Feral que prácticamente atravesaba toda la comarca, desde las altas montañas del norte hasta desembocar justo en la unión de los laterales del triángulo.

Los hermanos caminaban silenciosos por aquel valle. Como no tenían ningún lugar al que ir pensaron que lo mejor sería pasar la noche en el pueblo de Nagtish, que se encontraba tan solo a un par de kilómetros al norte de allí. Nagtish era un poco más grande que Kairth, pero no demasiado, desprovisto de murallas al igual que su pueblo vecino pero con una gran torre donde vivía el regente del pueblo. Rhiand no tenía rey, nunca lo había tenido. La comarca estaba dirigida por un grupo de diez sabios que cada cinco o seis años se retiraba y dejaba paso a otros diez sabios distintos, elegidos por asamblea popular en los diez pueblos más importantes de la comarca.

El camino hacía Nagtish no era demasiado complicado, un camino marcado con arena amarillenta indicaba las direcciones a seguir. Casi todo el recorrido era surcar valles, solo en algunas ocasiones tenían que atravesar alguna colina. Cuando el sol ya empezaba a ocultarse por el oeste los hermanos deslumbraron la hermosa torre vigía del pueblo vecino. Era una torre de unos veinte metros de alto, de ladrillos rosáceos y techo azul. Disponía de unas pocas ventanas muy pequeñas y una gran puerta de madera con remaches de hierro. Los hermanos entraron en el pueblo, intentando no llamar la atención. La luna ya cubría con su manto de oscuridad todo el cielo y solo unas pocas estrellas iluminaban aquella noche. Las calles de Nagtish estaban desiertas, algo que asustó a los chicos. No era habitual que en un pequeño pueblo como era ese no hubiese nadie paseando con sus amigos o familiares dirección a una posada o a sus casas. Quizá ya habían llegado a donde quisiera que tuvieran que llegar. Como nunca antes habían estado en el pueblo y no había nadie a quién preguntar caminaron por un par de calles principales buscando alguna casa que indicase que proporcionaban alojamiento. Al final de la calle que en ese momento transitaban encontraron un edificio construido con rocas grisáceas, lo cual resaltaba bastante entre las casas de madera del pueblo, tenía algunos adornos de oro en la fachada y una gran puerta de madera de roble a la entrada, justo encima un cartel de madera sujetado con un par de clavos les indicaba a los hermanos que ya habían encontrado el lugar que andaban buscando. Llamaron a la puerta con bastante fuerza hasta en dos ocasiones hasta que un escuálido hombre de nariz puntiaguda y pelo oscuro les invitó a pasar. La recepción era bastante acogedora, un par de asientos que parecían muy cómodos se disponían entorno a una chimenea encendida, donde un par de mujeres tejían algo mientras hablaban con gran ligereza. Tapices de criaturas que solo habitan en los sueños era la decoración de aquellas paredes. El hermano pequeño los miró con extrañeza. El hombre de nariz puntiaguda se situó detrás de una mesa de madera situada en un extremo de la habitación.

-Buenas noches señor, yo soy Lismael y este es mi hermano pequeño, Hiyu. Venimos desde el pueblo de Kairth y necesitamos un lugar donde pasar la noche.-

-Buenas noches caballeros, desde Kairth, ¿no?- los hermanos asintieron. –Aquí no somos muy confiados, díganme si no es mucho pedir, ¿Cuál es el motivo del viaje hasta estas tierras?-

-Nuestro camino no se detiene aquí gentil posadero, queremos llegar hasta Argynte y una vez nos establezcamos allí aprender el manejo de las armas- se apresuró a decir Hiyu.

-Argynte, eso está muy lejos, ¿lo sabéis?- el hombre de nariz puntiaguda les examinó, por suerte no notó el atisbo de sorpresa que inundaba la cara de Lismael.

El posadero se agachó y busco algo en uno de los cajones de la mesa.

–Aquí tenéis, son diez monedas de plata la noche.- les entregó una llave vieja y oxidada mientras Lismael le dio el dinero pedido. –Seguid ese pasillo todo recto, ahí encontrareis los dormitorios, el vuestro es el segundo a la derecha.-

-Muy amale señor.- respondió Lismael con su mejor sonrisa.

El hermano mayor se disponía a abandonar el recibidor cuando Hiyu le agarró del brazo y con una sonrisa que intentaba imitar de la de su hermano le preguntó al posadero:

-Perdone señor, estos tapices que inundan la sala son increíbles…-

-¿Le gustan?- dijo interrumpiéndolo –Los tejen aquellas señoras de allí, mi madre y mi hermana, son verdaderas artistas.-

-¿Qué son todas esas criaturas?- Hiyu señaló varios tapices.

-No tengo ni idea chico, pero si quieres puedes preguntarle a ellas, les encanta contar historias.-

-Muchas gracias.- Hiyu hizo una pequeña inclinación ante el posadero y se dirigió al lugar donde se encontraban las dos mujeres.

-¿A dónde te crees que vas?- le susurró en el oído Lismael mientras se situaba delante de su hermano impidiendo su avance.

-Voy a intentar resolver algunas dudas que me han surgido.-

-¿Qué clase de dudas?-

Hiyu apartó a su hermano y mientras daba un par de pasos hacia delante le contestó:

-Las que te surgen cuando tu casa se convierte en cenizas.

lunes, 15 de febrero de 2010

Prólogo

Las montañas se sucedían en aquel lugar. Montañas verdes, cubiertas de vegetación, cuyas cimas tenían algo de nieve. Un río de aguas frías y cristalinas nacía desde alguna de ellas y bajaba cruzando un gran valle. Al lado del río se había construido -quién sabe cuánto hace desde eso- un pequeño embarcadero de madera, que ahora servía de asiento a los jóvenes aldeanos que allí se encontraban. Dos chicos, hermanos, por el alto grado de similitud entre ellos, que vestían ambos con una camisa blanca ancha, sin botones ni cuello, y bastante arrugada. El mayor, que parecía tener unos veinte años, aparte de la camisa, llevaba una chaqueta gris encima que ocultaba unos tirantes que se había quitado, probablemente nada más salir de su casa; llevaba también unos pantalones oscuros y un gorro marrón. Su hermano de unos dieciséis llevaba encima de la camisa un chaleco claro, unos pantalones beiges y una especie de boina gris. El pequeño tenía los pies dentro del agua y jugaba con una cuerda atada a un pequeño barco, mientras su hermano sostenía una rama de un árbol. De repente, el pequeño giró su cabeza hacía la orilla oeste del río, donde desde siempre se habían acumulado muchas rocas, pero esta vez, en una roca, en una gran roca, había algo. Avisó a su hermano y rápidamente se dirigieron hacía la orilla señalada, donde una mujer estaba tirada sobre dicha roca. Pero no era una mujer cualquiera, desde lejos podían ver su pelo rubio y corto, y su vestido blanco con encajes, pero sobre todo podían verse dos grandes alas que nacían desde su espalda y se extendían cerca de un metro. Cuando llegaron hasta ella vieron como apenas podía respirar, estaba fría como el hielo, su piel era blanca como la nieve y tenía los párpados cerrados, aunque ríos de sangre nacían de sus ojos. El pequeño enseguida buscó por los alrededores un trozo de tela para taparle los ojos, aunque no ocultara la sangre que recorría su rostro. El mayor ató con unas cuerdas unas ramas de árbol lo suficientemente fuertes como para poder soportar el peso de la mujer. La subieron a la improvisada camilla, y ella se agarró como pudo a los dos troncos principales, los que eran más largos y más gruesos. Con cuidado los hermanos cargaron con ella. Atravesaron todo el valle, hasta llegar a su pequeña villa. Llegaron a un puente que aunque pareciera extraño, tenía un techo de madera, ya que aquel puente construido hacia algunos años era el lugar de encuentro de los pueblerinos. En ese momento los chicos lo cruzaron cargados con aquella maravillosa criatura, mientras todas las personas allí presentes, la mayoría ancianos, los miraban con miedo, extrañados, los chicos hicieron caso omiso a aquellas miradas y se dirigieron hasta su pequeña casa de madera. El mayor se quedó vigilando la puerta mientras el pequeño cargaba con ella hasta su habitación, donde la sentó en la cama. Tocó su hombro y para su sorpresa la chica respiró profundamente, lo que hizo que el pequeño se asustara. Con cuidado, levantó su mentón para ver mejor su cara. Aunque no pudiese ver sus ojos era la mujer más guapa que había visto en su vida, una gota de sangre cayó por su mejilla justo en la mano del chico que cerró el puño. Justo en ese instante, alguien echó la puerta abajo, un hombre se lo llevó de la habitación, mientras él intentaba deshacerse de las garras de su opresor y mientras el ángel movía las manos y gritaba en busca de su rescatador. Pero ya era demasiado tarde para ella. Una vez los hermanos fueron sacados de la casa por un grupo de aldeanos furiosos, otros que portaban antorchas prendieron fuego a la casa, que al ser de madera no tardó mucho en convertirse en más que ceniza, mientras los dos hermanos lloraban, el pequeño miró hacia arriba, y fue cuando vio como el alma de aquel ángel, volvía a subir al cielo.