A la mañana siguiente, cuando los rayos de Sol comenzaban a surgir por el horizonte, los dos hermanos decidieron partir de la posada de Nagtish. Amarae estaba sentada en el mismo lugar que ayer por la noche, tejiendo. Su hija, probablemente, seguiría durmiendo. Cuando la anciana mujer vio a los dos hermanos despedirse de su hijo, el posadero, se levantó no sin esfuerzo de aquella vieja silla de madera donde se dedicaba a tejer impresionantes tapices.
-Chicos.- dijo en apenas un susurro.
-Amarae.- Lismael se aproximó con rapidez a la anciana para servirle de apoyo pues parecía tan frágil como el cristal.
La anciana se abrazó al mayor de los hermanos, como si intentara trasmitirle algún tipo de fuerza. Sin que su hijo lo notara, Amarae acercó sus agrietados labios al oído de Lismael.
-Dadle saludos a Melye.- susurró mostrando una gran sonrisa. –Decidle que su sabiduría todavía no me ha abandonado.-
Lismael se despegó de la mujer y la miró a los ojos. Los tenía cubiertos de lágrimas.
-Señora, Amarae, ¿De qué me habla? No…, no conozco a ninguna Melye. Será mejor que descanse un poco, intenté dormir…-
-Chico, sé que piensas que estoy loca, pero te aviso: Muchos son los peligros que encontrareis en el camino, no creáis que estáis a salvo. Cuando la encontréis, dile lo que te he dicho. No lo olvides por favor-
Lismael estaba asustado, pero aun así asintió. Si lo único que quería Amare es que saludase a una vieja amiga no tenía porque no hacerlo.
Partieron sin más preámbulo dirección norte. Para llegar hasta Argynte iban a necesitar muchas semanas, si se demoraban puede incluso que tardasen varios meses. Por eso habían decidido intentar avanzar lo máximo posible durante el día, sin parar ni un solo instante, solo para comer. Por la noche descansarían en el pueblo más cercano.
Cuando el Sol comenzaba a ocultarse por la línea del horizonte del décimo día de camino desde que partieron de Nagtish los hermanos divisaron unas grandes murallas color arena. Por fin, tras diez días sin apenas dormir estaban en presencia de uno de sus principales objetivos, la ciudad de Julygka. La ciudad de Julygka se encontraba al sureste de la comarca. Asentada en un gran valle tenía unas vistas prodigiosas. Se consideraba que era la segunda ciudad más importante de todo Rhiand, solo la adelantaba Argynte. Julygka estaba provista de unas gruesas murallas que habían evitado cualquier ataque en tiempos pasados, donde las guerras eran comunes. Ahora, además de seguir siendo un gran método de defensa, las murallas representaban el esplendor y el orgullo de todos los julygkianos. Cuatro grandes torres, situadas en los cuatro puntos cardinales, repletas de arqueros vigilaban las entradas y salidas a la ciudad. Y es que Julygka era una ciudad donde la mayoría de sus habitantes practicaban el comercio. De telas, de animales, de joyas incluso. Todos los comerciantes que se preciaran tenían que visitar aquella enorme metrópoli.
Los hermanos habían pensado quedarse allí un par de días, intentarían conseguir algo de dinero realizando pequeños trabajos y luego partirían hacía el norte. Siguieron el camino de piedras que llevaba hasta la ciudad. Dos grandes y armados guardias vigilaban esa y todas las entradas a la ciudad.
-Control de visitantes.-dijo uno de los dos guardias con su voz grave.
Sin esperar contestación de los dos hermanos el otro guardia les quitó las maletas y comenzó a hurgar en ellas. El otro que miraba a los hermanos con desconfianza comenzó a hacerles algunas preguntas.
-Vosotros no sois de aquí, ¿verdad?-
-No.-contestó cabizbajo Lismael
-¿Motivo de la visita?-
-Creo que como todo el mundo que viene aquí, intentar ganar algún dinero gracias a la compra y venta de objetos.- contestó Hiyu.
Por algún motivo el guardia que portaba un gran bigote oscuro que le tapaba la mayor parte de su rostro no terminaba de creer a los hermanos, iba a continuar preguntando pero su compañero, de cabellos rubios y ojos almendrados, terminó la inspección.
-Aquí no hay nada, Alksiruj, solo unos trozos de verdura, pan, un saquito con monedas, ropas, etc. Nada importante.-
-Está bien.-contestó el guardia llamado Alksiruj. –Qué su estancia en Julygka sea agradable.- contestó intentando forzar una sonrisa.
-Muy amable señor.- contestó Hiyu con una sonrisa picarona.
Cuando el guardia perdió de vista a los dos hermanos entre las calles de la ciudad se volvió a su compañero.
-Esos chicos no son de fiar.-
-No digas tonterías Alksiruj, solo son dos pobres campesinos.-
-Hazme caso amigo cuando te digo que noto en ellos algo especial. Solo traerán problemas.-
Su compañero suspiró al parecer acostumbrado a la falta de hospitalidad de Alksiruj.
Aunque la noche ya empezaba a cubrir su oscuro manto sobre el cielo, la ciudad rebosaba de actividad. Las entramadas calles de Julygka estaban rodeadas de comercios. Los vendedores gritaban para intentar atraer a clientes mostrando sus mejores productos. Las mujeres regateaban a los comerciantes como expertas, algunos hombres las acompañaban, otros se iban a las tabernas. Tras esquivar a un grupo de comerciantes de carne y verduras los hermanos llegaron al centro de una gran plaza. En el centro de ella un hombre que portaba una antorcha y que vestía con pintorescos ropajes contaba emocionantes historias de aventuras que había aprendido en sus largos viajes a un nutrido grupo de niños y ancianos que le rodeaban, sentados a su alrededor, con los ojos tan abiertos que parecía que se les iban a salir de sus orbitas. Aunque Hiyu quería quedarse a escuchar las historias de aquel hombre, tenía que admitir que tanto él como su hermano estaban sedientos y hambrientos. Así pues tras un suave golpe en el hombro que le propinó Lismael, Hiyu volvió a la realidad.
-Mira Hiyu, eso de ahí parece una taberna. Entremos.-
Los hermanos entraron en un local que se encontraba en el fondo oeste de la plaza.
Los suelos eran de piedra y las paredes de madera. Mugrientas mesas se disponían sin ningún orden aparente. Prefirieron sentarse en los taburetes situados enfrente de la barra, aunque su penoso estado dejaba también mucho que desear. El posadero, un hombre prácticamente calvo, con cara redonda y que sufría obesidad se acercó a los chicos con una sonrisa en la boca.
-Denos dos jarras de parfag.- dijo Lismael.
El hombre se fue hasta el otro lado de la barra donde cogió dos grandes jarras y las llenó de un líquido rojo y espumeante. Las lanzó desde su posición, a través de toda la barra. Por suerte los hermanos estuvieron atentos y consiguieron cogerlas antes de que cayeran por el borde de la barra, que no se encontraba demasiado lejos de donde ellos estaban sentados. Los hermanos bebieron un largo trago de aquella bebida llamada parfag y sintieron como el calor de esta les invadía el cuerpo. Sin quererlo sus miradas se posaron en un rincón de la taberna. Un hombre con andrajosas ropas, pelo largo y negro y barba descuidada parecía estar contando a un grupo de personas, incluidas el tabernero, algún tipo de pesadilla, pues su cara no mostraba el menor atisbo de felicidad. Lismael e Hiyu movidos por la curiosidad se acercaron al grupo de personas para intentar oír mejor lo que decían.
-Arrasada. Está totalmente arrasada.- murmuraba el hombre que parecía mirar de un lado a otro, buscando posibles enemigos.
-Pero… ¿cómo es posible?- preguntó uno de los hombres que escuchaban la historia, estaba pálido como la nieve y apenas podía articular palabra.
-No lo sé, y ¿sabes qué? Tampoco quiero averiguarlo. No había visto tanta destrucción en mi vida. –
Lismael se acercó más, hasta parecer uno de todos esos hombres que escuchaban la historia asustados.
-Perdonen caballeros, no he podido evitar oírlos, ¿qué ha pasado?- preguntó mirando al grupito de hombres, aunque su mirada se clavaba en la de aquel hombre tan extraño.
-Kairth está arrasada muchacho.- dijo el hombre que clavo su mirada ambarina en los ojos castaños de Lismael.
El hermano apenas pudo mantenerse en pie, notaba como le faltaba el aire, su corazón latía a toda velocidad y un sudor frío comenzó a recorrer su frente. Se trataba de Kairth, su pueblo, el pueblo donde habían vivido hasta hacía casi dos semanas.
-¿Qué… qué… ha pasado?- consiguió articular
-No tengo ni idea muchacho. Yo soy comerciante y todos los años por estas fechas visitó el pueblo para vender mis telas. Solían ser buenos compradores.-
En ese instante Lismael reconoció a aquel hombre. Decía la verdad, todos los años visitaba el pueblo, y como era uno de los pocos comerciantes de telas que visitaban el pueblo casi todo el mundo le compraba a él. Es más, si Lismael no recordaba mal, aquella camisa que llevaba puesta la había tejido a partir de tela de ese hombre.
-Llegue al pueblo en mi carro hará unos cuantos días. Al principio me extraño que no hubiese nadie en los campos trabajando, pero pensé que quizás este no fuese un buen año de cosechas. Sin embargo vi desde lejos una densa humareda negra que procedía directamente del centro del pueblo. Cuando me acerqué lo suficiente como para ver las casas me quede paralizado de terror. Ni una casa se sostenía en pie, todas estaban derruidas, quemadas, todas estaban hechas cenizas. Me adentré un poco más en aquel pueblo fantasma, y no tardé demasiado en ver el famoso río Feral. Pero sus aguas, que como ya sabréis son tan cristalinas que puedes ver reflejado tu rostro, ahora eran rojas. Metí la mano con temor en el río, y mis sospechas se vieron confirmadas, era sangre. El río Feral estaba lleno de sangre roja, oscura. Saqué la mano con rapidez y me la limpié en los hierbajos más cercanos. A pesar de mi temor continué andando, hasta que llegué al centro del pueblo, a la famosa plaza central de Kairth. Era allí de donde venía esa densa humareda negra de las que les hablé antes. Provenía de…-el hombre hizo una parada para tomar un trago de su bebida. –de cuerpos.–
-¿Cuerpos?-preguntó Lismael con terror.
-Si muchacho, cuerpos. Cientos de cadáveres, todos los habitantes de Kairth estaban muertos apilados unos encima de otros, formando una gran pirámide. En lo más alto de la punta pude divisar al consejo de ancianos del pueblo, presidido por el que si no recuerdo mal era el jefe, un hombre de pelo largo y blanco con una nariz prominente. De su pecho salía una larga vara de madera que le atravesaba, de forma que parecía estar coronando la pirámide. Los cuerpos que se encontraban en la base estaban ardiendo y supongo que las llamas no tardarían demasiado en llegar hasta lo más alto.- volvió a beber de su jarra. –Todavía recuerdo aquel fétido olor de los cuerpos quemados. Era horrible. Después de ver aquello salí corriendo con mi carro de allí y no he parada ni un solo segundo hasta no entrar en esta hermosa ciudad.- El hombre parecía agradecer el sabor del líquido de su jarra.
-¿Pero estáis seguro de lo que decís? Nadie puede matar a un pueblo entero, así porque sí.- dijo uno de los caballeros que habían escuchado la historia.
-Si quieres ve y compruébalo. –el hombre que había formulado la pregunta no contestó, simplemente bajó la cabeza. -Créeme cuando te digo que todo es verdad. Kairth está arrasada, arrasada. –
domingo, 21 de marzo de 2010
jueves, 18 de marzo de 2010
Camino
-¿Qué pasó?- Hiyu miró a su hermano con cara de no entender lo que le decía. –No me mires con esa cara Hiyu, sé que cuando te deje a solas con aquel ángel, en lo que antes era tu habitación, pasó algo. Quiero que me lo cuentes.-
La habitación de la posada era bastante austera, dos camas de paja, separadas por una pequeña mesita con una vela, un armario de madera que tenía un cajón que no cerraba y un par de telarañas que adornaban, con sus resistentes hilos, las esquinas de aquel dormitorio.
Los dos hermanos estaban sentados en las camas, mirándose fijamente a los ojos. Lismael movía sin cesar sus piernas, impaciente porque su hermano comenzara el relato. Hiyu tragó saliva y se miró sus manos temblorosas antes de empezar a hablar.
-Está bien, mereces una explicación. Cuando nos dejaste solos, levanté el mentón del ángel, solo quería comprobar si se encontraba bien y cuál era el alcance de sus heridas. En ese momento el ángel, que cómo ya sabes estaba inconsciente, se despertó. Giraba la cabeza de un lado a otro intentando descubrir donde estaba, intente calmarla diciéndole que era un amigo, que no le haría daño y fue entonces cuando me habló. Pronunció mi nombre entre susurros, con la voz entrecortada, yo, asustado camine me alejé un poco de ella. Nos agradeció el haberla rescatado, yo intente tranquilizarla, hacerle entender que no le pasaría nada malo, pero ella me dijo que no tenía tiempo, creo que intuía lo que le iba a pasar. Entonces, una gota de sangre cayó de uno de sus ojos justo a la palma de mi mano. En ese momento comencé a ver parajes donde nunca había estado nadie. Prados verdes, sin ningún tipo de insecto, un sol brillante que resplandecía en un cielo azul sin una sola nube. Las imágenes se iban sucediendo, como si me indicasen un camino, árboles inmensos, rocas con extrañas formas, hasta llegar a una enorme fortaleza. Era negra como el más puro carbón, tenía cuatro altos torreones donde se situaban cientos de arqueros que vigilaban aquella fortificación. Recuerdo también que había muy pocas ventanas, y una gran puerta cuya altura superaba la de varios pisos. Cuando las imágenes se acabaron el ángel buscó con su delicada mano entre los encajes del vestido. Rebuscaba en cada costura en busca de algo hasta que lo encontró. Una llave, una pequeña llave de lo que parece que es hierro. Buscó mi mano y me la entregó. “Abriréis con esta llave la puerta de la libertad pero también la cerrareis. Combatid la tiranía pues vosotros sois la luz del universo. Tened cuidado.” Justo en ese momento entraron los ancianos del pueblo, me sacaron de la casa, y bueno… ya sabes el resto.-
Hiyu sacó del bolsillo de su pantalón un pequeño objeto que lanzó a su hermano, el cual atrapó con presteza. En efecto, se trataba de una pequeña llave de hierro, oxidada. Dos grandes alas salían de su empuñadura. Lismael la contempló con curiosidad, era una llave muy elaborada, sí, pero nada más, no parecía tener nada sobrenatural.
-De acuerdo…-contestó Lismael todavía dando vueltas a la llave intentando descubrir su secreto. -¿Y que se supone que quieres hacer?-
-Quiero ayudar al ángel.- dijo en tono serio Hiyu.
Lismael dejó la llave y contempló la penetrante mirada de su hermano pequeño.
-¿En qué consiste esa ayuda exactamente?-
-No lo sé con exactitud. Había pensado en que podíamos ir hasta Argynte, atravesar la gran cordillera y adentrarnos en las tierras desconocidas. Buscamos la fortaleza, descubrimos que abre esa llave, ayudamos al ángel y listo.-
El rostro de Lismael se descompuso, era una mezcla entre el pánico y la risa histérica.
-¿Pero tú te estás oyendo? Quieres que sigamos unas imágenes que has visto cuando una gota de sangre de un ángel te cayó en la mano. Que entremos en una fortaleza en la cual hay según tus palabras: cientos de arqueros y busquemos algún tipo de cofre o baúl que abra esta llave para así ayudar a un ángel que no te ha dado ninguna indicación. ¿Es eso?- Hiyu iba a responderle, pero Lismael continuo. –Sin mencionar claro está, a los Geiajs, que por si los has olvidado, hace unos minutos una mujer nos ha contado que son las criaturas más mortíferas del mundo, capaces de matar a un ángel sin sentir remordimiento alguno.-
-Tranquilízate Lismael. Claro que no olvido a los Geiajs, al igual que no olvido que nos han echado de casa, no, es más, han quemado la casa que padre y madre construyeron con tanto esfuerzo. No tenemos familia, no tenemos apenas dinero. No tenemos sitio al que ir. Tenemos gran parte de culpa en que una de las criaturas más bellas que hemos visto y que veremos, haya muerto calcinada por el fuego de nuestros vecinos. Solo nos ha pedido ayuda, ¿es que acaso vas a negársela?-
Lismael reflexionó las palabras de Hiyu, estaba claro que el ángel podía seguir vivo si no lo hubiesen llevado a su casa. Además, era cierto que no tenían nada a lo que aferrarse, no eran buenos militares ni sabían ningún oficio. Su padre apenas le enseñó a cultivar vegetales.
-Está bien. Iremos hasta Argynte, pero si algo nos pasa por el camino nos detendremos allí, ¿está claro? Aunque no tengamos nada, hay algo que no quiero perder, y es a ti. Hiyu, prométeme que si nos pasa algo nos quedaremos en Argynte.-
Hiyu agachó la cabeza y suspiró.
-Te lo prometo hermano.- sabía perfectamente que sucederían muchas cosas.
-Gracias. Y ahora será mejor que durmamos, es un largo viaje.- dijo Lismael mientras se desvestía y se recostaba en la cama. –Aunque todavía hay algo que no entiendo.- dijo ya con los ojos entrecerrados
-¿De qué se trata?- dijo Hiyu que también estaba a punto de quedarse completamente dormido.
-La frase que te dijo el ángel cuando te dio la llave. Hay una parte que no la comprendo: Combatid la tiranía pues vosotros sois la luz del universo. ¿Qué significa eso de que somos la luz del universo?-
-No lo sé. Son cosas de ángeles, nada importante, supongo.-
-Si tú lo dices.-
La habitación de la posada era bastante austera, dos camas de paja, separadas por una pequeña mesita con una vela, un armario de madera que tenía un cajón que no cerraba y un par de telarañas que adornaban, con sus resistentes hilos, las esquinas de aquel dormitorio.
Los dos hermanos estaban sentados en las camas, mirándose fijamente a los ojos. Lismael movía sin cesar sus piernas, impaciente porque su hermano comenzara el relato. Hiyu tragó saliva y se miró sus manos temblorosas antes de empezar a hablar.
-Está bien, mereces una explicación. Cuando nos dejaste solos, levanté el mentón del ángel, solo quería comprobar si se encontraba bien y cuál era el alcance de sus heridas. En ese momento el ángel, que cómo ya sabes estaba inconsciente, se despertó. Giraba la cabeza de un lado a otro intentando descubrir donde estaba, intente calmarla diciéndole que era un amigo, que no le haría daño y fue entonces cuando me habló. Pronunció mi nombre entre susurros, con la voz entrecortada, yo, asustado camine me alejé un poco de ella. Nos agradeció el haberla rescatado, yo intente tranquilizarla, hacerle entender que no le pasaría nada malo, pero ella me dijo que no tenía tiempo, creo que intuía lo que le iba a pasar. Entonces, una gota de sangre cayó de uno de sus ojos justo a la palma de mi mano. En ese momento comencé a ver parajes donde nunca había estado nadie. Prados verdes, sin ningún tipo de insecto, un sol brillante que resplandecía en un cielo azul sin una sola nube. Las imágenes se iban sucediendo, como si me indicasen un camino, árboles inmensos, rocas con extrañas formas, hasta llegar a una enorme fortaleza. Era negra como el más puro carbón, tenía cuatro altos torreones donde se situaban cientos de arqueros que vigilaban aquella fortificación. Recuerdo también que había muy pocas ventanas, y una gran puerta cuya altura superaba la de varios pisos. Cuando las imágenes se acabaron el ángel buscó con su delicada mano entre los encajes del vestido. Rebuscaba en cada costura en busca de algo hasta que lo encontró. Una llave, una pequeña llave de lo que parece que es hierro. Buscó mi mano y me la entregó. “Abriréis con esta llave la puerta de la libertad pero también la cerrareis. Combatid la tiranía pues vosotros sois la luz del universo. Tened cuidado.” Justo en ese momento entraron los ancianos del pueblo, me sacaron de la casa, y bueno… ya sabes el resto.-
Hiyu sacó del bolsillo de su pantalón un pequeño objeto que lanzó a su hermano, el cual atrapó con presteza. En efecto, se trataba de una pequeña llave de hierro, oxidada. Dos grandes alas salían de su empuñadura. Lismael la contempló con curiosidad, era una llave muy elaborada, sí, pero nada más, no parecía tener nada sobrenatural.
-De acuerdo…-contestó Lismael todavía dando vueltas a la llave intentando descubrir su secreto. -¿Y que se supone que quieres hacer?-
-Quiero ayudar al ángel.- dijo en tono serio Hiyu.
Lismael dejó la llave y contempló la penetrante mirada de su hermano pequeño.
-¿En qué consiste esa ayuda exactamente?-
-No lo sé con exactitud. Había pensado en que podíamos ir hasta Argynte, atravesar la gran cordillera y adentrarnos en las tierras desconocidas. Buscamos la fortaleza, descubrimos que abre esa llave, ayudamos al ángel y listo.-
El rostro de Lismael se descompuso, era una mezcla entre el pánico y la risa histérica.
-¿Pero tú te estás oyendo? Quieres que sigamos unas imágenes que has visto cuando una gota de sangre de un ángel te cayó en la mano. Que entremos en una fortaleza en la cual hay según tus palabras: cientos de arqueros y busquemos algún tipo de cofre o baúl que abra esta llave para así ayudar a un ángel que no te ha dado ninguna indicación. ¿Es eso?- Hiyu iba a responderle, pero Lismael continuo. –Sin mencionar claro está, a los Geiajs, que por si los has olvidado, hace unos minutos una mujer nos ha contado que son las criaturas más mortíferas del mundo, capaces de matar a un ángel sin sentir remordimiento alguno.-
-Tranquilízate Lismael. Claro que no olvido a los Geiajs, al igual que no olvido que nos han echado de casa, no, es más, han quemado la casa que padre y madre construyeron con tanto esfuerzo. No tenemos familia, no tenemos apenas dinero. No tenemos sitio al que ir. Tenemos gran parte de culpa en que una de las criaturas más bellas que hemos visto y que veremos, haya muerto calcinada por el fuego de nuestros vecinos. Solo nos ha pedido ayuda, ¿es que acaso vas a negársela?-
Lismael reflexionó las palabras de Hiyu, estaba claro que el ángel podía seguir vivo si no lo hubiesen llevado a su casa. Además, era cierto que no tenían nada a lo que aferrarse, no eran buenos militares ni sabían ningún oficio. Su padre apenas le enseñó a cultivar vegetales.
-Está bien. Iremos hasta Argynte, pero si algo nos pasa por el camino nos detendremos allí, ¿está claro? Aunque no tengamos nada, hay algo que no quiero perder, y es a ti. Hiyu, prométeme que si nos pasa algo nos quedaremos en Argynte.-
Hiyu agachó la cabeza y suspiró.
-Te lo prometo hermano.- sabía perfectamente que sucederían muchas cosas.
-Gracias. Y ahora será mejor que durmamos, es un largo viaje.- dijo Lismael mientras se desvestía y se recostaba en la cama. –Aunque todavía hay algo que no entiendo.- dijo ya con los ojos entrecerrados
-¿De qué se trata?- dijo Hiyu que también estaba a punto de quedarse completamente dormido.
-La frase que te dijo el ángel cuando te dio la llave. Hay una parte que no la comprendo: Combatid la tiranía pues vosotros sois la luz del universo. ¿Qué significa eso de que somos la luz del universo?-
-No lo sé. Son cosas de ángeles, nada importante, supongo.-
-Si tú lo dices.-
lunes, 8 de marzo de 2010
Leyendas
-Perdonen la molestia señoras.-
Las do mujeres que se encontraban alrededor de la chimenea se volvieron hacía los hermanos. Una de ellas tenía el pelo blanco como la nieve, suelto y largo le cubría casi toda la espalda. Sus pequeños ojillos grises denotaban cansancio y vejez pero a su vez una gran sabiduría. Su rostro surcado de arrugas hizo que los hermanos situaran su edad sobre setenta u ochenta años. Vestía con un largo traje negro de encajes y estaba tapada con una vieja manta morada. La otra mujer de pelo chocolate se parecía increíblemente al posadero. Tenía la misma nariz puntiaguda, la misma pronunciada frente, que intentaba disimular con un gran flequillo recto, el mismo mentón puntiagudo, definitivamente eran hermanos. Además ella había heredado de su madre unos ojos grises muy pequeños. Sus labios rosa sonrieron. Las mujeres miraban expectantes a Hiyu y Lismael sin embargo sus manos no dejaban de tejer lo que tenían en las manos.
-No es molestia joven.- dijo con la voz entrecortada la anciana. –Me llamo Amarae y esta es mi hija Ladha. ¿En que puede ayudaros una pobre anciana y su hija?-
-Quería preguntarles acerca de esos tapices tan hermosamente tejidos, el posadero me ha indicado que son ustedes las que los hacen.-
Las mujeres sonrieron felices de que alguien apreciara su trabajo tan costosamente realizado.
-¿Y qué te gustaría saber exactamente?-
-Querría saber que son esas criaturas que tejéis, nunca antes las había visto.-
-Por supuesto, rara vez son vistos por humanos. Pero si queréis conocer la historia de estas criaturas será mejor que os sentéis y os pongáis cómodos- sugirió Amarae
Los chicos obedecieron a la mujer y se sentaron cerca de ellas.
-El primer tapiz que mi madre y yo realizamos fue ese de allí- señaló un viejo tapiz situado en la pared que se encontraba a la izquierda de ellos.
El tapiz mostraba un bosque, a ras del suelo, los troncos de los arboles eran prácticamente blancos y el suelo estaba cubierto completamente de hermosas flores de colores. Con los brazos en jarras una pequeña criatura, que por el dibujo no debía de medir más de treinta centímetros, sonreía felizmente dejando entrever unos dientes perfectos, color perla. Era un pequeño ser delgado, con largos brazos que casi rozaban el suelo y piel aceitunada. Su cara puntiaguda y delgada, al igual que su nariz, contrastaba con la redondez de sus orejas. Tenía dos pequeñas cejas perfectamente perfiladas que enmarcaban unos profundos ojos oscuros, todo pupila. Vestía con un curioso atuendo, llevaba un gorro holgado y redondo bastante grande de color rojo el cual impedía que se le viese el pelo, vestía también con una camisa blanca de botones y un chaleco del mismo rojo que el gorro. El pantalón que poseía era de color beige, ancho y grande, una tela verde, envolvía toda su cintura a modo de cinturón. Por último a modo de zapatos dos grandes botas negras con hebillas doradas les llegaban hasta las rodillas.
-Son los rixons.- dijo con voz tranquila la anciana madre.
-¿Rixons? ¿Qué son?- preguntó Lismael sin apartar la mirada del tapiz como si tratara de descubrir algún secreto entretejido.
-Son lo que ves. Pequeñas criaturas de los bosques. Cuenta la leyenda que estas criaturas son los hijos del viento, su bajo peso y sus largos brazos les permite desplazarse varias hectáreas dejándose llevar por el aire. Pero sin duda lo más sorprendente es que pueden convertir las flores en piedras preciosas.-
-¿Qué? ¿Cómo?-preguntó Lismael intrigado
-Son solo leyendas, pero afirman que los rixons, excelentes mineros por cierto, son capaces de transformar una flor o cualquier planta en piedras preciosas, esmeraldas, rubís, zafiros, diamantes, etc.-
-Impresionante.- dijo Hiyu absorto en la sonrisa de aquel personajillo tan gracioso. -¿Y que son esas criaturas de allí?- señaló con el dedo a un gran tapiz que estaba justo en la pared contraria.
-Las Biadjeskas- respondió Amarae
El gran tapiz destacaba por la oscuridad y los grandes tonos rojizos de la tela. El dibujo mostraba a unas mujeres de piel blanca, pelo rojizo y ondulado y ojos oscuros. Se encontraban todas ellas en una cama semi-desnudas rodeando a un hombre con los ojos cerrados que parecía muy feliz por la gran sonrisa que surcaba su rostro. Sin embargo una de las mujeres, la que probablemente estaba más cerca de él tenía en su mano derecha un pequeño cuchillo de plata el cual parecía acercarse al hombre.
-¿Qué son esas bellas mujeres?- preguntó Lismael. –Son mujeres de belleza extraordinaria.-
-¡Ah! Amigo, no caigas en la tentación de las biadjeskas o tu final estará más cerca de lo que esperas.- dijo Ladha frunciendo el entrecejo. –Las biadjeskas son criaturas, o mejor dicho espíritus de mujeres, conocidas como espíritus de la tentación. Su objetivo es tentar a los humanos para que yazcan con ellas en la cama para luego asesinarlos y alimentarse de su alma.- hizo una pausa al ver como los dos hermanos miraban con temor el cuadro y al pobre hombre. –Siempre que muere una mujer cuya maldad le corroe el alma se transforma en una biadjeska.-
-¿Quieres decir que esas mujeres ya están muertas? ¿Pero como es posible?- los ojos de Hiyu mostraban un miedo que nunca antes había experimentado, el miedo a lo desconocido.
-Chico, esas cosas se escapan de nuestro entendimiento, algunas leyendas afirman que esas mujeres hicieron un pacto con los dioses para seguir viviendo, pero ¿Cómo podrían nuestros dioses permitir que esas mujeres vivan a costa de la vida de nuestros hombres? Sinceramente no sabemos con seguridad el origen de las biadjeskas.-
Lismael e Hiyu se miraron, no podían entender como esas criaturas podían existir, nunca antes habían oído hablar de ellas, pero también es cierto que su pequeño pueblo apenas recibía noticias del exterior y ya nadie se acordaba de él.
-Sin embargo, -comenzó a decir Amarae – no son inmortales. El hecho de que estén “muertas” no supone que no puedan volver al mundo de los difuntos por segunda vez. Si un hombre es lo suficientemente fuerte como para no caer en la tentación puede matarla si le clava un cuchillo en el corazón. Y digo hombre, chico, porque nunca se muestran a mujeres, ellas no caen en su tentación y pueden matarlas con mucha más facilidad. Por eso os advierto, si alguna vez veis a una de ellas, no le hagáis caso, ignorarla o asesinadla.-
Hiyu tragó saliva. No podía creer lo que le contaban aquellas mujeres, esas criaturas no existían, pero algo en su interior le decía que tenía que fiarse de aquellas mujeres, sobretodo de Amarae.
-Sin embargo aquellas mujeres parecen más inofensivas, y de igual belleza.- señalo Lismael apuntando a otro tapiz.
-Son las Uasayes.- contestó Ladha.
El tapiz mostraba una cueva que daba a un gran mar. En la orilla que formaba la cueva con la tierra unas cuantas mujeres de largos cabellos rubios y profundos ojos azules danzaban con alegría. Eran altas, delgadas, con gruesos labios rosas y pequeñas orejas puntiagudas. Vestían con largos trajes blancos e iban descalzas.
-Son las guardianas de las aguas y de todas las criaturas que allí viven. Dicen que se alimentan de algas y otras plantas acuáticas y son excelentes magas. Son risueñas y alegres entre ellas pero hostiles con los humanos. Cuenta una leyenda muy famosa que una vez al año hacen un ritual mágico que las convierte en delfines rosados y así recorren el mundo del cual ellas son guardianas.-
-Vaya.- Hiyu no pudo evitar quedarse absorto ante aquellas mujeres cuya belleza superaba la de cualquier persona que hubiesen visto antes. –Ojala pudiese verlas algún día…-
-Espero por tu propio bien que no muchacho. –le interrumpió Ladha que continuo su relato. – Y es que aunque las Uasayes no son malas ni hacen daño a nada ni a nadie que un humano las vea significa un presagio de muerte.-
-Las personas que han visto a las Uasayes no han vivido más de un par de semanas.- añadió Amarae.
Los hermanos apartaron rápidamente su vista del tapiz e Hiyu trato de olvidar aquellos bellos rostros esperando no volver a verlos nunca más.
-Esas personas encapuchadas de ahí no parecen tener muy buenas intenciones- afirmó Lismael señalando a un pequeño tapiz, situado en una de las esquinas de la habitación apenas alumbrada.
-A esas cosas no se les puede considerar personas- Amarae escupía las palabras, estaba claro que esas “cosas” no podían ser nada bueno.
-¿Qué son?- preguntó con voz temblorosa el pequeño de los hermanos.
-Son Geiajs. Criaturas maléficas. Cuenta la leyenda que cuando las personas que fallecen lo hacen por una muerte repentina, han sido asesinados y no son capaces de perdonar por ejemplo, o han cometido horrendos crímenes en vida, su alma llena de venganza, odio y maldad y no descansa en paz. Es entonces cuando se transforman en Geiajs.-
-¿Entonces esas criaturas son espíritus de personas ya muertas?- preguntó Lismael.
-No exactamente. Aunque siempre van con esas largas capas nunca nadie ha visto su rostro, pero si se puede afirmar que esas personas son capaces de coger y sujetar objetos, e incluso de matar personas. Son seres que se encuentran entre dos mundos, el de los vivos y el de los muertos, y solo están sedientos de sangre y venganza. No comen, ni beben, ni siquiera duermen, por eso son los soldados ideales, trabajan para aquellos que les ofrecen a las personas que han acabado con sus vidas o en el caso de los asesinos, aquellos que les ofrecen el poder de seguir asesinando.-
-¿Acaso no pueden morir de nuevo?- Hiyu se levantó para acercarse al tapiz.
-Hijo mío, eso tanto yo como mi madre lo desconocemos. Nunca nadie ha sido capaz de derrotarlos y todos los que lo han intentado han acabado en el cementerio local. Si alguna vez tenéis la desgracia de encontraros con uno de ellos solo os doy un consejo: corred.-
Hiyu observó el tapiz con detenimiento. Se trataba de una callejuela sin salida en una noche cerrada, sin estrellas. Un grupo de lo que parecían personas vestían con unas largas capas oscuras que llegaban hasta el suelo, su rostro estaba cubierto por capuchas. Rodeaban a un pobre hombre que parecía gritar a los cielos pidiendo ayuda. Hiyu tuvo la impresión de que ese hombre no recibiría ayuda alguna.
-¿Serían estas cosas capaz de dañar a otras criaturas?- preguntó Hiyu todavía absorto en el rostro desencajado del pobre hombre.
-Por supuesto que sí- contestó Ladha –De hecho, el último tapiz muestra a las criaturas que más desean dañar con todo su ser.-
Hiyu se volvió, detrás de las mujeres y de su hermano se encontraba un gran tapiz. El que había llamado su atención desde que entraron en aquella posada. Hiyu avanzó hacía él.
-Los ángeles…-susurró el hermano.
-Exactamente, los ángeles. Criaturas enviadas de los dioses cuya misión es proteger a todas las criaturas que viven en la tierra. Son criaturas perfectas, no pueden odiar a nadie y son capaces de perdonar hasta a los Geiajs que representan todo lo contrario a ellos. Solo muy pocas criaturas han tenido oportunidad de verlos, dicen que cuando estas ante un ángel crees estar ante la bondad en persona, dicen que emana una luz de ellos que es imposible de controlar.-
Hiyu pensó en lo sucedido por la mañana, Ladha tenía razón en todo lo que contaba, aunque esa luz de la que hablaba parecía haberse extinguido, lo cual no le extrañaba nada al hermano al recordar el estado en el que había hallado a aquel ángel.
El tapiz mostraba a diez seres alados, diez ángeles, cinco mujeres y cinco hombres de belleza impresionante, que situados en lo que parecía una gran fortaleza blanca situada en el cielo contemplaban la comarca que bajo ellos se encontraban. Los ángeles ataviados todos con largas túnicas blancas parecían hablar animadamente en una de las grandes torres de la fortaleza. Estaban ante una gran alfombra, sentados en parejas. Hiyu intentó descubrir el rostro del ángel que habían rescatado en una de aquellas mujeres, pero fue en vano. Solo había una que se le parecía, pero sin duda no era ella. La delicadeza de sus gestos, los complejos peinados trenzados y la dulzura de sus rostros denotaban firmemente que eran las criaturas más perfectas de la tierra.
-¿Qué más sabéis de los ángeles?- preguntó Lismael con interés.
-Poco más muchacho, cuenta una vieja leyenda que fueron diez los ángeles creados inicialmente, y así es como los hemos representado mi hija y yo. Dicen que fueron creados en parejas para que la especie de los ángeles nunca se extinguiera. Y también dicen que hay un ángel que gobierna sobre los demás, pero como desconocemos cuál era su sexo o cualquier otro dato nos limitamos a no dibujar a ningún ángel con algún tipo de distinción especial.-
-Si alguien dañara a un ángel…- comenzó Hiyu
-Las únicas criaturas que tienen la maldad y la fuerza suficiente para atacar a los ángeles son los Geiajs.- interrumpió Amarae
-¿Y por qué podrían hacerlo?.-
-Por infinidad de motivos muchacho. Porque su jefe se lo ha ordenado, porque odian todo lo que ellos representan, puede haber muchos motivos.-
Hiyu se volvió hacia el tapiz de los Geiajs y volvió a ver el rostro del pobre hombre acorralado por aquellas criaturas. Se imaginó al pobre ángel allí atrapado mientras esas “cosas” le arrancaban los ojos. Un escalofrió recorrió su débil cuerpo. Esto no iba a ser tan fácil como él había pensado.
Las do mujeres que se encontraban alrededor de la chimenea se volvieron hacía los hermanos. Una de ellas tenía el pelo blanco como la nieve, suelto y largo le cubría casi toda la espalda. Sus pequeños ojillos grises denotaban cansancio y vejez pero a su vez una gran sabiduría. Su rostro surcado de arrugas hizo que los hermanos situaran su edad sobre setenta u ochenta años. Vestía con un largo traje negro de encajes y estaba tapada con una vieja manta morada. La otra mujer de pelo chocolate se parecía increíblemente al posadero. Tenía la misma nariz puntiaguda, la misma pronunciada frente, que intentaba disimular con un gran flequillo recto, el mismo mentón puntiagudo, definitivamente eran hermanos. Además ella había heredado de su madre unos ojos grises muy pequeños. Sus labios rosa sonrieron. Las mujeres miraban expectantes a Hiyu y Lismael sin embargo sus manos no dejaban de tejer lo que tenían en las manos.
-No es molestia joven.- dijo con la voz entrecortada la anciana. –Me llamo Amarae y esta es mi hija Ladha. ¿En que puede ayudaros una pobre anciana y su hija?-
-Quería preguntarles acerca de esos tapices tan hermosamente tejidos, el posadero me ha indicado que son ustedes las que los hacen.-
Las mujeres sonrieron felices de que alguien apreciara su trabajo tan costosamente realizado.
-¿Y qué te gustaría saber exactamente?-
-Querría saber que son esas criaturas que tejéis, nunca antes las había visto.-
-Por supuesto, rara vez son vistos por humanos. Pero si queréis conocer la historia de estas criaturas será mejor que os sentéis y os pongáis cómodos- sugirió Amarae
Los chicos obedecieron a la mujer y se sentaron cerca de ellas.
-El primer tapiz que mi madre y yo realizamos fue ese de allí- señaló un viejo tapiz situado en la pared que se encontraba a la izquierda de ellos.
El tapiz mostraba un bosque, a ras del suelo, los troncos de los arboles eran prácticamente blancos y el suelo estaba cubierto completamente de hermosas flores de colores. Con los brazos en jarras una pequeña criatura, que por el dibujo no debía de medir más de treinta centímetros, sonreía felizmente dejando entrever unos dientes perfectos, color perla. Era un pequeño ser delgado, con largos brazos que casi rozaban el suelo y piel aceitunada. Su cara puntiaguda y delgada, al igual que su nariz, contrastaba con la redondez de sus orejas. Tenía dos pequeñas cejas perfectamente perfiladas que enmarcaban unos profundos ojos oscuros, todo pupila. Vestía con un curioso atuendo, llevaba un gorro holgado y redondo bastante grande de color rojo el cual impedía que se le viese el pelo, vestía también con una camisa blanca de botones y un chaleco del mismo rojo que el gorro. El pantalón que poseía era de color beige, ancho y grande, una tela verde, envolvía toda su cintura a modo de cinturón. Por último a modo de zapatos dos grandes botas negras con hebillas doradas les llegaban hasta las rodillas.
-Son los rixons.- dijo con voz tranquila la anciana madre.
-¿Rixons? ¿Qué son?- preguntó Lismael sin apartar la mirada del tapiz como si tratara de descubrir algún secreto entretejido.
-Son lo que ves. Pequeñas criaturas de los bosques. Cuenta la leyenda que estas criaturas son los hijos del viento, su bajo peso y sus largos brazos les permite desplazarse varias hectáreas dejándose llevar por el aire. Pero sin duda lo más sorprendente es que pueden convertir las flores en piedras preciosas.-
-¿Qué? ¿Cómo?-preguntó Lismael intrigado
-Son solo leyendas, pero afirman que los rixons, excelentes mineros por cierto, son capaces de transformar una flor o cualquier planta en piedras preciosas, esmeraldas, rubís, zafiros, diamantes, etc.-
-Impresionante.- dijo Hiyu absorto en la sonrisa de aquel personajillo tan gracioso. -¿Y que son esas criaturas de allí?- señaló con el dedo a un gran tapiz que estaba justo en la pared contraria.
-Las Biadjeskas- respondió Amarae
El gran tapiz destacaba por la oscuridad y los grandes tonos rojizos de la tela. El dibujo mostraba a unas mujeres de piel blanca, pelo rojizo y ondulado y ojos oscuros. Se encontraban todas ellas en una cama semi-desnudas rodeando a un hombre con los ojos cerrados que parecía muy feliz por la gran sonrisa que surcaba su rostro. Sin embargo una de las mujeres, la que probablemente estaba más cerca de él tenía en su mano derecha un pequeño cuchillo de plata el cual parecía acercarse al hombre.
-¿Qué son esas bellas mujeres?- preguntó Lismael. –Son mujeres de belleza extraordinaria.-
-¡Ah! Amigo, no caigas en la tentación de las biadjeskas o tu final estará más cerca de lo que esperas.- dijo Ladha frunciendo el entrecejo. –Las biadjeskas son criaturas, o mejor dicho espíritus de mujeres, conocidas como espíritus de la tentación. Su objetivo es tentar a los humanos para que yazcan con ellas en la cama para luego asesinarlos y alimentarse de su alma.- hizo una pausa al ver como los dos hermanos miraban con temor el cuadro y al pobre hombre. –Siempre que muere una mujer cuya maldad le corroe el alma se transforma en una biadjeska.-
-¿Quieres decir que esas mujeres ya están muertas? ¿Pero como es posible?- los ojos de Hiyu mostraban un miedo que nunca antes había experimentado, el miedo a lo desconocido.
-Chico, esas cosas se escapan de nuestro entendimiento, algunas leyendas afirman que esas mujeres hicieron un pacto con los dioses para seguir viviendo, pero ¿Cómo podrían nuestros dioses permitir que esas mujeres vivan a costa de la vida de nuestros hombres? Sinceramente no sabemos con seguridad el origen de las biadjeskas.-
Lismael e Hiyu se miraron, no podían entender como esas criaturas podían existir, nunca antes habían oído hablar de ellas, pero también es cierto que su pequeño pueblo apenas recibía noticias del exterior y ya nadie se acordaba de él.
-Sin embargo, -comenzó a decir Amarae – no son inmortales. El hecho de que estén “muertas” no supone que no puedan volver al mundo de los difuntos por segunda vez. Si un hombre es lo suficientemente fuerte como para no caer en la tentación puede matarla si le clava un cuchillo en el corazón. Y digo hombre, chico, porque nunca se muestran a mujeres, ellas no caen en su tentación y pueden matarlas con mucha más facilidad. Por eso os advierto, si alguna vez veis a una de ellas, no le hagáis caso, ignorarla o asesinadla.-
Hiyu tragó saliva. No podía creer lo que le contaban aquellas mujeres, esas criaturas no existían, pero algo en su interior le decía que tenía que fiarse de aquellas mujeres, sobretodo de Amarae.
-Sin embargo aquellas mujeres parecen más inofensivas, y de igual belleza.- señalo Lismael apuntando a otro tapiz.
-Son las Uasayes.- contestó Ladha.
El tapiz mostraba una cueva que daba a un gran mar. En la orilla que formaba la cueva con la tierra unas cuantas mujeres de largos cabellos rubios y profundos ojos azules danzaban con alegría. Eran altas, delgadas, con gruesos labios rosas y pequeñas orejas puntiagudas. Vestían con largos trajes blancos e iban descalzas.
-Son las guardianas de las aguas y de todas las criaturas que allí viven. Dicen que se alimentan de algas y otras plantas acuáticas y son excelentes magas. Son risueñas y alegres entre ellas pero hostiles con los humanos. Cuenta una leyenda muy famosa que una vez al año hacen un ritual mágico que las convierte en delfines rosados y así recorren el mundo del cual ellas son guardianas.-
-Vaya.- Hiyu no pudo evitar quedarse absorto ante aquellas mujeres cuya belleza superaba la de cualquier persona que hubiesen visto antes. –Ojala pudiese verlas algún día…-
-Espero por tu propio bien que no muchacho. –le interrumpió Ladha que continuo su relato. – Y es que aunque las Uasayes no son malas ni hacen daño a nada ni a nadie que un humano las vea significa un presagio de muerte.-
-Las personas que han visto a las Uasayes no han vivido más de un par de semanas.- añadió Amarae.
Los hermanos apartaron rápidamente su vista del tapiz e Hiyu trato de olvidar aquellos bellos rostros esperando no volver a verlos nunca más.
-Esas personas encapuchadas de ahí no parecen tener muy buenas intenciones- afirmó Lismael señalando a un pequeño tapiz, situado en una de las esquinas de la habitación apenas alumbrada.
-A esas cosas no se les puede considerar personas- Amarae escupía las palabras, estaba claro que esas “cosas” no podían ser nada bueno.
-¿Qué son?- preguntó con voz temblorosa el pequeño de los hermanos.
-Son Geiajs. Criaturas maléficas. Cuenta la leyenda que cuando las personas que fallecen lo hacen por una muerte repentina, han sido asesinados y no son capaces de perdonar por ejemplo, o han cometido horrendos crímenes en vida, su alma llena de venganza, odio y maldad y no descansa en paz. Es entonces cuando se transforman en Geiajs.-
-¿Entonces esas criaturas son espíritus de personas ya muertas?- preguntó Lismael.
-No exactamente. Aunque siempre van con esas largas capas nunca nadie ha visto su rostro, pero si se puede afirmar que esas personas son capaces de coger y sujetar objetos, e incluso de matar personas. Son seres que se encuentran entre dos mundos, el de los vivos y el de los muertos, y solo están sedientos de sangre y venganza. No comen, ni beben, ni siquiera duermen, por eso son los soldados ideales, trabajan para aquellos que les ofrecen a las personas que han acabado con sus vidas o en el caso de los asesinos, aquellos que les ofrecen el poder de seguir asesinando.-
-¿Acaso no pueden morir de nuevo?- Hiyu se levantó para acercarse al tapiz.
-Hijo mío, eso tanto yo como mi madre lo desconocemos. Nunca nadie ha sido capaz de derrotarlos y todos los que lo han intentado han acabado en el cementerio local. Si alguna vez tenéis la desgracia de encontraros con uno de ellos solo os doy un consejo: corred.-
Hiyu observó el tapiz con detenimiento. Se trataba de una callejuela sin salida en una noche cerrada, sin estrellas. Un grupo de lo que parecían personas vestían con unas largas capas oscuras que llegaban hasta el suelo, su rostro estaba cubierto por capuchas. Rodeaban a un pobre hombre que parecía gritar a los cielos pidiendo ayuda. Hiyu tuvo la impresión de que ese hombre no recibiría ayuda alguna.
-¿Serían estas cosas capaz de dañar a otras criaturas?- preguntó Hiyu todavía absorto en el rostro desencajado del pobre hombre.
-Por supuesto que sí- contestó Ladha –De hecho, el último tapiz muestra a las criaturas que más desean dañar con todo su ser.-
Hiyu se volvió, detrás de las mujeres y de su hermano se encontraba un gran tapiz. El que había llamado su atención desde que entraron en aquella posada. Hiyu avanzó hacía él.
-Los ángeles…-susurró el hermano.
-Exactamente, los ángeles. Criaturas enviadas de los dioses cuya misión es proteger a todas las criaturas que viven en la tierra. Son criaturas perfectas, no pueden odiar a nadie y son capaces de perdonar hasta a los Geiajs que representan todo lo contrario a ellos. Solo muy pocas criaturas han tenido oportunidad de verlos, dicen que cuando estas ante un ángel crees estar ante la bondad en persona, dicen que emana una luz de ellos que es imposible de controlar.-
Hiyu pensó en lo sucedido por la mañana, Ladha tenía razón en todo lo que contaba, aunque esa luz de la que hablaba parecía haberse extinguido, lo cual no le extrañaba nada al hermano al recordar el estado en el que había hallado a aquel ángel.
El tapiz mostraba a diez seres alados, diez ángeles, cinco mujeres y cinco hombres de belleza impresionante, que situados en lo que parecía una gran fortaleza blanca situada en el cielo contemplaban la comarca que bajo ellos se encontraban. Los ángeles ataviados todos con largas túnicas blancas parecían hablar animadamente en una de las grandes torres de la fortaleza. Estaban ante una gran alfombra, sentados en parejas. Hiyu intentó descubrir el rostro del ángel que habían rescatado en una de aquellas mujeres, pero fue en vano. Solo había una que se le parecía, pero sin duda no era ella. La delicadeza de sus gestos, los complejos peinados trenzados y la dulzura de sus rostros denotaban firmemente que eran las criaturas más perfectas de la tierra.
-¿Qué más sabéis de los ángeles?- preguntó Lismael con interés.
-Poco más muchacho, cuenta una vieja leyenda que fueron diez los ángeles creados inicialmente, y así es como los hemos representado mi hija y yo. Dicen que fueron creados en parejas para que la especie de los ángeles nunca se extinguiera. Y también dicen que hay un ángel que gobierna sobre los demás, pero como desconocemos cuál era su sexo o cualquier otro dato nos limitamos a no dibujar a ningún ángel con algún tipo de distinción especial.-
-Si alguien dañara a un ángel…- comenzó Hiyu
-Las únicas criaturas que tienen la maldad y la fuerza suficiente para atacar a los ángeles son los Geiajs.- interrumpió Amarae
-¿Y por qué podrían hacerlo?.-
-Por infinidad de motivos muchacho. Porque su jefe se lo ha ordenado, porque odian todo lo que ellos representan, puede haber muchos motivos.-
Hiyu se volvió hacia el tapiz de los Geiajs y volvió a ver el rostro del pobre hombre acorralado por aquellas criaturas. Se imaginó al pobre ángel allí atrapado mientras esas “cosas” le arrancaban los ojos. Un escalofrió recorrió su débil cuerpo. Esto no iba a ser tan fácil como él había pensado.
miércoles, 3 de marzo de 2010
Siento el retraso
Perdonad a todos este retraso al subir el segundo capitulo de En Busca de la Luz, pero los examenes y la visita inesperada de un familiar han imposibilitado que continuara escribiendo. No obstante, ya estoy en ello he intentare que el capitulo se suba lo antes posible. Gracias por la espera! Y que la luz os guie.
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